Rosario de Acuña
POEMAS
A una gaviota
Tú que cruzas las revueltas
Ondas del mar,
Oye el eco que te manda entre el aura
Mi cantar.
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Eco triste y melodioso que se pierde
En derredor,
Eco que del alma brota, cual un grito
De dolor.
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Yo quisiera sobre el mundo levantar
Mi pensamiento,
Como allá en la mar te elevas
Desplegando tu plumaje
En el viento.
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Yo quisiera, con mi alma,
A través de los espacios
Seguir tu vuelo,
Fijando las esperanzas
Que en ella moran
Sólo en el cielo.
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Yo quisiera del humano no ver nunca
La maldad,
Y vivir, como tu vives,
Siempre libre y venturosa
En constante soledad.
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Yo quisiera que mi cuerpo,
Desprendido de la vida,
Durmiese en calma,
Y á la mansión de la gloria,
Reina de paz y de amores,
Volase el alma...
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Pero ¡ay! que mi pensamiento
Gime en cadenas,
Cuyos fuertes eslabones forman
Las penas.
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Y siempre volando en torno
De la esperanza,
La dicha que él ambiciona
Jamás alcanza.
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Y contemplo tristemente
Los desengaños,
Que brotan con la experiencia,
Con los dolores del alma,
O con los años.
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Y va mi vida siguiendo
Triste carrera,
Y de romper con el cuerpo
Que la aprisiona insensato
Ya desespera.
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Tú que escuchaste los cantos
que del alma se escaparon
Como un suspiro,
Llévalos entre tus alas
Y no dejes que se pierdan
Con tus giros.
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Déjalos en las regiones
De otros mares
Más hermosos,
El aura tal vez los lleve
Donde vi pasar los días
Venturosos.
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Allí morirán sin eco,
Que nunca tuvo respuesta
Mi canción...
¡Llévatelos y no olvides
Que entre sus notas va envuelto
El corazón!
Gijón, 1874.
El Correo de la Moda, Madrid, 10 de diciembre 1882, p. 362.
Reproducido en El Cuerpo de los vientos. Cuatro literatos gijoneses, pp. 74-76.
Casualidad
Soñé, y en la dormida inteligencia
Vi al humano, con ansia desmedida,
Buscando los principios de la vida
Y dudando a la vez de su existencia;
Vi al ocio revestido de prudencia,
Vi la igualdad tornarse fraticida,
Vi la diosa Razón entumecida
Y en el caos a Dios y a la conciencia.
Vi una raza luchando con la muerte,
A Europa envuelta en sangre y desgarrada,
Más lejos, sin girar, la tierra inerte;
Y aún de mi sueño aquel horrorizada,
Me despertó, con peregrina suerte,
De un loco que pasó la carcajada.
(Revista Contemporánea, V, Madrid, 15 de agosto 1876, p. 20)
Un cuento
Paróse ante las puertas de la vida
Un inocente niño
Y preguntó: “¿Para encontrar caricias,
Flores, arroyos, pájaros y nidos,
Me pudierais decir por dónde marcho?”
“No conozco el camino:
Más adelante encontrarás un guía,”
Le respondió el Destino.
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Tornóse en joven, y con ansia loca
Preguntó en su delirio:
“Para encontrar amores y riquezas,
Estimación, virtud, gloria y amigos,
Me pudierais decir por dónde marcho?”
“No conozco el camino:
Si le quieres hallar, búscale sólo”;
Le respondió el Destino.
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Llegóse el Tiempo; con su lento paso
Trocó el calor en frío.
El joven, en anciano transformado,
De penas y dolores perseguido,
Preguntó con un resto de esperanza:
“Me pudierais decir por dónde sigo
Para encontrar la paz, la paz del alma?”
“No conozco el camino,
Sólo puedo decirte que le busques;”
Le respondió el Destino.
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Al salir del alcázar de la vida,
Cuentan los que la han visto,
Que preguntaba el alma por el cielo
Y nadie le dio señas del camino.
1880.
(El Correo de la Moda, Madrid, 2 de febrero 1883, p. 35)
Soneto
¡Igualdad! ¡Casta virgen que aparece
Revestida de mágicos fulgores,
Y que ofrece a los hombres sus amores
Mientras el alma en la ilusión se mece!
Su vaga forma ante la vista crece,
Les invita a luchar por sus favores,
Y apenas se proclaman vencedores,
Cuando al irla a tocar, desaparece.
¡De Libertad y de Justicia hermana,
Su imperio tiene en la mansión divina
Y allí la encuentra la razón humana
Cuando al destino de su fin camina,
Que en este mundo de flaqueza vana
No se la ve jamás, se la adivina!
1880
(Asta Regia, Jerez de la Frontera, 16 de abril 1883, p. 7)
El fin de un año
Soneto
¡Ya ha muerto! En los abismos del olvido
lo sepultó el rodar de nuestra esfera:
¡polvo queda no más, sombra ligera
de todo aquello que en la tierra ha sido!
El tiempo se lo lleva confundido
Con mil años y mil ¡quién lo dijera!
Tan solo el hombre en su soberbia espera
Que llegará a contar los que han huido.
¡Un año que ha pasado! Hacerle cargo
por ser largo, o ser breve, es bien aleve,
¡Quién le pudo llamar feliz o amargo!
¡Quién a medirle por compás se atreve!
Para el que halló la juventud fue largo,
Para el que vio la ancianidad fue breve.
(Las Dominicales del Librepensamiento, Madrid, 18 de enero,1885, p. 4.)
Pensamientos
¿Qué es la luz? El beso de las constelaciones
a través del espacio; el saludo de la humanidad
por medio de la historia; el triunfo del amor
sobre el egoísmo. ¡Oh, luz, bendita seas!
La caridad es la única virtud que puede transformar
La tierra en morada de ángeles.
¿Qué eres felicidad?... si renuncio a encontrarte
no ceso de reír, así que te busco y te persigo
ya estoy llorando.
¿Qué soy? ¿Por qué soy? Dos interrogaciones
formidables que se abren como abismos sin fondo
a la diestra y a la siniestra del hombre,
si se acerca a ellas; se para y no logra ver más
que sombras espesísimas, si camina sin mirarles
sigue las huellas del bruto... ¿Cómo acertaremos?
(Las Dominicales del Librepensamiento, Madrid, 8 de febrero 1885, p. 3.)
A la memoria de Víctor Hugo
La herencia del genio
Entre olas de placeres y dolores,
Luchando siempre, sobre el mundo avanza
La humanidad, siguiendo a la esperanza,
Astro que irradia ardientes resplandores;
Cantan sus muchedumbres mil primores,
Y cuando piensa que lo eterno alcanza,
Se inclina de la muerte la balanza
Y se hunden en la sombra sus amores.
Pasa, cual humo, al fin desaparece,
Y en el silencio de la noche rueda:
En tanto el alma de los genios crece,
De un siglo entero el pensamiento hereda,
En estelas de fuego se estremece,
Y al fin en lo inmortal luciendo queda.
Las Dominicales del Librepensamiento, Extraordinario en honor de Víctor Hugo, Madrid, 28 de mayo 1885, p. 2. (Con frecuencia los poemas, artículos, etc. eran reproducidos en distintas publicaciones después, este soneto lo sería en la publicación masónica, La Humanidad, Órgano oficial de la Constante Alona, n.º 8, año III, n.º 15, Alicante, 30 de mayo 1885, p. 119.)
La libertad
¡Oh ¡ libertad, fantasma de la vida,
Astro de amor a la ambición humana,
El hombre en su delirio te engalana,
Pero nunca te encuentra agradecida.
¡Despierta alguna vez! Siempre dormida
cruzas la tierra, como sombra vana:
Se te busca en el hoy para el mañana,
Viene el mañana y se te ve perdida.
Cámbiase el niño en el mancebo fuerte
Y piensa que te ve ¡triste quimera!
Con la esperanza de llegar a verte.
Ruedan los años sobre la ancha esfera
Y en el último trance de la muerte
Aún nos dice tu voz: ¡espera! ¡espera!.
(De Rienzi el Tribuno)
Las Dominicales del Librepensamiento, Madrid, 1 de marzo 1883, p. 3. (Este soneto se encuentra reproducido en infinidad de medios de la época, de modo especial como ilustración de las críticas positivas que sucedieron al estreno del drama, en verso, Rienzi el Tribuno <1876>)
El otoño
Templa su fuego el sol bajo el nublado;
Las nieblas rompen sus tupidos velos,
Desciende la lluvia, y arroyuelos
De límpido cristal recoge el prado.
Pájaro amante, insecto enamorado,
Sienten, última vez, ardientes celos;
Marchan la golondrina y sus polluelos;
Se adorna el bosque de matiz dorado.
¡Ya está aquí! El mar levanta sus espumas
y acres perfumes a la tierra envía...
¿Quién no le ama? Entre rosadas brumas,
coronado de mirtos y laureles,
viene dando a las vides ambrosía,
vertiendo frutas, regalando mieles.
El Programa, Número Extraordinario, “El Otoño”, Sevilla, 1 de octubre 1899, p. 1.
Las dos nubes
Una nube sombría
cruza el espacio,
yo me llamo tristeza
va murmurando;
soplan las auras
y sus negros crespones
se desparraman.
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Otra nube muy blanca
volando llega,
yo me llamo alegría
dice á la tierra;
soplan los cierzos
y sus leves cendales
van esparciendo
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Y la blanca y la negra,
veloces pasan;
á una llevan los cierzos
y á otra las auras;
penas, placeres,
son nubes de la vida;
¡dejad que vuelen!
El Cantábrico, Santander, 11 de septiembre 1901, p. 1. (Este poema fue leído, con otros de la autora, en Gijón en una velada celebrada a favor de los presos y publicado al día siguiente en el diario El Noroeste, 27 de marzo 1911, p.2) Reproducido en El cuerpo de los vientos. Cuatro literatos gijoneses, p. 77.
Las cumbres
Se sube y quedan valles y cañadas
En rincón apacible y escondido;
Se deja, abajo, la quietud del nido,
Se busca, arriba, abismos y emboscadas;
Al fin de penosísimas jornadas
Se llega, si el cansancio no ha vencido,
A ventisquero por el sol bruñido;
A rocas por el rayo quebrantadas.
También las almas de pasión henchidas,
Ascienden, en jornadas, a las cumbres
Del oro, del saber o de la gloria;
Muchas por el cansancio son vencidas;
Las que llegan ¡qué horribles pesadumbres
Tienen que compartir con la victoria!
El Cantábrico, Santander, 6 de noviembre 1901, p. 1.
La marea
Canción
Ya se escucha en las orillas
El rumor de la marea;
Vendavales de dolores
Traen sus olas turbulentas.
Son lamentos y sollozos de incontables muchedumbres,
Que sufrieron el martirio bajo el yugo de la fuerza;
Viene henchida de agonías;
¡Ya se acerca!
I
Es el grito del espanto del minero que sucumbe
Asfixiado por el fuego, en la entraña de la tierra,
Siendo el lodo del abismo tenebroso su mortaja,
No dejando más que el hambre
Por herencia.
II
Es el grito del que cae de una cumbre del palacio,
Jaspeando con su sangre el vestíbulo de piedra,
Donde luego, vanamente, clamarán sus pequeñuelos,
Cuando vayan mendigando
Por las puertas.
III
Es el grito, sin consuelo, de la inmensa desventura
De la virgen que se vende, de la virgen que se entrega,
Fustigada en su abandono por el látigo del hombre,
Y agobiada de cansancio
Y de miseria.
IV
Es el llanto de amargura de la infancia sin amparo,
Que tirita, escarchada por el hielo su cabeza,
Disputando, fieramente, con los perros vagabundos,
El mendrugo enmohecido
De la cena.
V
Son los ayes de los pobres desvalidos viejecitos
Que agotaron, trabajando como honrados, la existencia,
Y se mueren solitarios en rincón abandonado,
Siendo escarnio de los hombres
Su tristeza.
VI
Son los gritos de los seres humillados y vencidos
Que formaron hondos mares con sus lágrimas de pena,
¡hondos mares tormentosos, de corrientes desbordadas!
Donde rugen huracanes
Y centellas.
___
Ya se escucha en las orillas
El rumor de la marea;
No habrá rocas, ni aún las altas,
Que resistan los embates de sus olas turbulentas,
Viene henchida de agonías;
¡Ya se acerca!...
El Cantábrico, Santander, 27 de febrero 1902, pp. 1, 2. (Reproducido en la CNT, Madrid, 22 de agosto 1936, p. 1)
Los envidiosillos
La envidia, en sus negruras repugnantes,
Tiene también su mérito, y su alteza,
Y lleva un sello de inmortal grandeza
Cuando alienta en el pecho de gigantes.
¡Quién sabe si el Quijote de Cervantes
Fue una sonrisa amarga de tristeza
Al ver rendida su genial cabeza
Entre tantas de imbéciles triunfantes!
Esa envidia del genio, que ennoblece,
No es la vuestra ¡malvada camarilla
Del odio ruin, que achica y envilece!
Vosotros sois, cual perro de trailla,
Que a la vista del látigo enmudece
Y ante indefensa res soberbio chilla.
El Cantábrico, Santander, 22 de abril 1902, p. 1.
El soneto póstumo
A mi madre, Dolores Villanueva, viuda de Acuña,
aquí yacente desde 1905.
Ya estoy contigo, madre; nuestras vidas
caminaron por sendas diferentes,
llegando, al fin, cansadas y dolientes,
á dormir en la muerte, confundidas.
Por filial y materno amor unidas,
queden en paz eterna nuestras mentes,
cual dos opuestas ramas ó corrientes
de un solo tronco ó manantial nacidas.
¡No despertemos nunca, madre amada!
¡Más sí al mandato del poder divino
el yo consciente surge de la nada,
uniendo tu destino á mi destino,
llévame entre tus brazos enlazada
y sigamos las dos igual camino!
Rosario de Acuña, muerta en 19...
El Noroeste, Gijón, 3 de Mayo de 1923. Reproducido en El Cuerpo de los vientos. Cuatro literatos gijoneses, p. 78.
El lirio silvestre
A mi buena amiga Ricarda Valenciaga de Bonafoux
En la orilla del límpido arroyuelo,
sobre el verde tapiz de la pradera
te engendra la risueña primavera
cuando aún la escarcha se transforma en hielo.
Perfumado y erguido, desde el suelo
presta aroma á la brisa placentera,
y la pintada mariposa espera
libar su cáliz para alzar el vuelo.
De transparente y nítida blancura,
o violado, con briznillas rojas,
es la gala y encanto del estío
y es un símbolo eterno de hermosura
al desplegar el manto de sus hojas
esmaltadas con perlas de rocío.
El Noroeste, Gijón, 15 de agosto de 1924. N.º Extraordinario. (Publicado con el epígrafe "Un soneto inédito")
Reproducido en El Cuerpo de los vientos. Cuatro literatos gijoneses, p. 78.
Más allá de la muerte
Cuando la muerte tienda sus alas
sobre las sienes de mi cabeza,
y con sus duros labios de esfinge
bese mi frente pálida y yerta.
Cuando en sus brazos llegue a enlazarme,
y mis oídos oír no puedan,
y mis palabras no hallen sonidos,
y mis pupilas se queden ciegas.
Cuando ya nada del mundo pase
por los umbrales de mi conciencia,
recostada junto al abismo,
espere solo la paz eterna.
En ese instante supremo, el alma
mandará al cielo su luz postrera,
la última ráfaga de sentimiento,
la última chispa de inteligencia.
Con esa chispa, con esa ráfaga,
como fatídica visión horrenda,
irá el recuerdo, vivo y perenne,
de la católica romana iglesia...
y por encima de mi sepulcro
surgirá entonces mi anatema,
grito del alma que, eternamente,
irá diciendo = ¡maldita sea ¡ =
(“Escrita en 1910, revisada en 1917. Para que se publique al otro día de mi muerte”).
El Motín, Madrid, 12 de mayo 1923. (Le acompañaba esta nota: “Ultima poesía de doña Rosario, que depositó en manos de una joven de Tremañes —Gijón— á quien profesaba gran cariño, para que se publicase cuando muriera, y que me honro en publicar”).
Reproducido en El Cuerpo de los vientos. Cuatro literatos gijoneses, pp. 79 – 80.
Mi última confesión*
El día terminó; la noche llega;
he sentido, he pensado y he llorado;
amé y odié, pero jamás ha dado
asilo el alma á la pasión que ciega.
La fé en el porvenir mi ser anega;
constante y rudamente he trabajado;
sufrí el dolor con ánimo esforzado
y sembré mucho, sin hacer la siega.
Gané el descanso en la región ignota
donde reina la paz del sueño inerte;
pero la luz que de la mente brota
y en ruta eterna sus destellos vierte
será encendida en estación remota.
¡Tendré otro día al terminar la muerte!
Gijón, 1922.
El Motín, Madrid, año XLIII, n º 26, 30 de junio 1923.
*Iba acompañado de la siguiente nota de la Redacción: "Soneto inédito que se ha encontrado al abrir el cofre donde guardaba los originales doña Rosario de Acuña, soneto que no había hecho conocer a nadie"
Reproducido en El Cuerpo de los vientos. Cuatro literatos gijoneses, p. 80.
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Para información sobre la escritora, su obra, y circunstancias pueden ser de utilidad las siguientes obras:
CASTAÑÓN, Luciano, Aportación a la biografía de Rosario de Acuña, Oviedo, Boletín del Instituto de Estudios Asturianos, n.º 117, 1986.
SIMÓN PALMER, M ª del Carmen, Escritoras españolas del siglo XIX. Manual bio - bibliográfico, Madrid, E. Castalia, 1991. Ver: “Introducción”, pp. IX-XVI y la entrada “Acuña Villanueva de La Iglesia, Rosario de. Remigio Andrés Delafón (seud.)”, pp. 4 -11.
SIMÓN PALMER, Carmen, “Introducción y notas”, en Rienzi el tribuno; El Padre Juan, Madrid, E. Castalia, 1990, pp. 1-38.
LACALZADA de MATEO, M ª José, “Mercedes de Vargas y Rosario de Acuña: el espacio privado, la presencia pública y la masonería (1883-1881)”, en VV. AA. , Prototipos e imágenes de la mujer en los siglos XIX y XX, Málaga, Universidad de Málaga , Atenea, 2002, pp. 43-72.
BOLADO, José, “Introducción y notas biográficas”, en ACUÑA, Rosario de, El Padre Juan. Gijón, Ateneo Obrero de Gijón, 1985, pp. 11- 29.
BOLADO GARCÍA, José, “Biografía”, en ACUÑA, Rosario de, Artículos y cuentos, Gijón, Ateneo Obrero de Gijón, 1992, pp. 1 – 42.
BOLADO GARCÍA, José, “Rosario de Acuña: palabra y testimonio en la causa de la emancipación femenina”, en J. A. FERRER BENIMELLI (coord.), La Masonería española y la crisis colonial del 98, Zaragoza, CEHME, 1999, pp. 65-82.
BOLADO GARCÍA, José, “Rosario de Acuña”, en El Cuerpo de los Vientos. Cuatro literatos gijoneses, Gijón, Editorial Gea, Biblioteca gijonesa del siglo XX, 2000, pp. 31-74.
Xosé Bolado
Madrid, junio 2005.
Esta
selección de
poemas de Rosario
de Acuña, realizada
por Xosé Bolado, ha sido depositada en
la Red a los diez días andados del mes de
julio del año
dos mil
cinco
.