Elsa López
Quince poemas de amor
adolescente
A quienes me dieron su amor a cambio de muy poco.
A los quince. A la luz y a su mirada.
A Mario Alcaraz
Te quiero por ser cuerda y tener cinco dedos
y una guitarra abierta a la voz imposible.
Por guardarme secretos.
Por compartir conmigo
aquellos veinte años de lluvia y paraísos
cuando escuchar a Brouwer
era un acto de voluntad heroica.
Ya entonces me invadía esta misma certeza
de acompañarte siempre en la esquina del frío
esperando la hora de que abrieran las puertas
y ascender a lo alto
donde nos alimentaran por igual los acordes.
Te quiero, sobre todo te quiero, porque me has enseñado
a pronunciar el nombre de Ludwig Van Beethoven,
a corregir acentos y a escribir sin dudarlo
el nombre interminable de Johann Kaspart Mertz.
A Alexis Amador
Te quiero porque un día me llevaste hasta el río
y al vuelo de las aves que anidan en el agua.
Y me tocaste el hombro para darme el aliento
que pierdo en ocasiones.
Porque me miras grave
y me guiñas los ojos para poder seguirte.
Y me alientas,
y me acoges,
y me retienes por el aire cuando vuelo sin rumbo
o he perdido el oriente.
A Rocío Cano
Te quiero porque aprendo contigo a ser distinta.
A sonreír de pronto
cuando me miras detrás de los paisajes
que inventas para mí cada mañana.
Porque recortas telas, cartones, ventanales,
tejados y azoteas.
Porque pintas cobaltos y rojos bermellones
o simplemente hieres de azules y azafranes
las puertas de mi casa.
Porque eres suave y hueles como las caracolas
y, en ciertas ocasiones, me robas los perfumes
que ya nunca me pongo.
A Lander Calvelhe
Te quiero porque a veces me acunas como a un niño
y vienes y me dices tus miedos y tu ira.
Y me pintas un árbol, una trenza, un sonido,
una casa con arcos y dinteles, un caballo furioso,
un cuerpo derrotado debajo de unas piernas
y un pájaro sin plumas.
Una frase incompleta.
Cualquier cosa sin nombre que acabas de inventarte
para mí, solamente.
A María Cruces
Te quiero porque sueñas con grifos de hojalata,
con flores imposibles,
con plumas de alabastro y rejas asimétricas.
Te quiero porque tienes enjaulados los brazos
como una de esas geishas de jardín japonés.
Porque apenas sonríes o sonríes apenas
y tienes las pupilas pintadas de colores
y en la frente una hoja del viejo limonero
que se ha vuelto de plata al rozarte la piel.
A Juan Manuel Gil
Te quiero porque escribes poemas cada tarde
y yo los leo en silencio
y luego te persigo para que no decaigas
y no te alcance el ruido ni la lluvia.
Para que no te pierdas en ese laberinto
que inventaron los tristes, los opacos,
los necios de la tierra.
Y tú entiendes mi voz y su silencio.
Y me miras de lejos.
Y me regalas siempre la sonrisa más clara
que inventaron los dioses para amarme.
A Juan Manuel Martín Rivas
Te quiero porque llegas cabalgando a la grupa
de un corcel de juguete.
Porque tienes los modos de un viejo caballero.
Porque me hablas de usted como a una dama
y me compras muñecas de porcelana antigua.
Porque vas sigiloso recorriendo la casa
como si me asustaras.
Y cuando nadie mira o crees que no te miran,
me riegas los geranios, me acunas a los peces
y le inventas canciones
a la niña que llevo escondida en el alma.
A Gonzalo M. Escarpa
Te quiero porque un día aventuraste, loco,
la posibilidad de hacer tú solo de colores un arco
y encima de la mesa me colocaste un ramo
de plástico y de flores de cartulina blanca.
Porque eres como un niño irreverente y mágico,
olvidadizo y tierno.
Porque inventaste un beso para hacerme reír
jugando a ser bufón cuando eras triste.
Porque fuiste capaz
de convertir en humo las estrellas.
Mi dulce caballero. Mi paje. Mi gorrión.
Mi arlequín. Mi ave de paso.
A Paul M. Viejo
Te quiero porque fumas y bebes y blasfemas
y escribes sin cesar por las paredes
o en la estación del tren
o en los bordes urgentes de una alcoba vacía.
Porque le has puesto verbos al dolor que te invade
y aunque lo llames Marta
soy yo quien te acompaña
por esa travesía pesarosa de un nombre.
Y te quiero por todo o casi ya por todo
lo que me das o quitas o me pones.
Y sabes, tú lo sabes, y yo también lo sé,
que formas laberintos para que me distraiga
y me quede dormida cuando llega la tarde.
A Cristina Megía
Te quiero porque velas mis sueños más pequeños.
Porque vamos de compras por el mundo y sus cosas
y escarbas en las plazas y comes peladillas
y crees en las estrellas y en los Magos de Oriente.
Porque sabes oírme cuando estoy ciega y triste
o no tengo remedio.
Porque pintas historias de madres ateridas
y de niños sin rostro.
Y porque hay en tus noches una estrella perdida
que viene y se pasea por esa luna negra
que tú has dado en llamar Orlando y sólo Orlando.
A Ramón David Morales
Te quiero porque tienes tan negros los cabellos,
tan fiera la mirada y tan dulces los gestos,
que es inevitable pensar que formo parte
del café que preparas sonriendo a lo lejos.
De que vayas y vengas sin un ruido
por no hacerme de menos o por no despertarme.
Te quiero porque somos de la misma camada
y me das el respeto que me tomo y te tomo.
Eres en quien descanso y apoyo mi cabeza.
Y sé que lo hago bien.
Que ha llegado la pena y puedo reclinarme.
A Víctor de la Nuez
Te quiero porque vas de un lado a otro
desatinado y ciego golpeando los muros
con el puño y la rabia de los desamparados.
Porque vuelas muy alto
y aún no has aprendido que volar es un arte,
que las alas no sirven para emprender un viaje
tan largo y tan terrible.
Que subir a la cima requiere un solo vuelo
más lento y más pausado.
Te quiero porque evades tu sombra,
te sumerges, te gritas, te persigues, te hieres,
y te das a los otros en inútil ofrenda.
A Claudia Pérez
Te quiero porque lloras entre agujas de acero.
Y tejes sin descanso
como Ulises quisiera que fuera su bufanda.
Porque me miras entrelazando grises.
Y sabes que te espero sentada al otro lado
de una mesa de mármol donde apuras certezas
que nunca beberemos las dos juntas.
Que eres esa Penélope que devana sus dudas
entregando su risa a manos llenas
para que nadie sepa que aguardas lo imposible.
A Noelia Reverte
Te quiero porque andas ligera y de puntillas.
Porque mi corazón se alerta cuando llegas
y siento un miedo leve a herirte las pestañas.
Porque eres tan pequeña como un ángel sin alas
dormida sobre el hule de una mesa cualquiera
donde han dejado abiertas las páginas del día,
las labores del punto, una agenda sin fechas,
y el café de las cinco
que se ha quedado frío de tanto contemplarte.
A Ana Teja
Te quiero porque llevas una niña en la boca
y de cristal el pecho.
Y de cristal los ojos
cuando miras o apuras lo que miras.
Porque cuelgas palomas
y otras niñas como tú por las paredes.
Porque te vas y vienes por la luz de tus trenzas
sin decirme qué pasos te acompañan.
Y sales a la calle a buscarte los ojos
en el amanecer de esta ciudad sin puertas.
Los Quince poemas de amor adolescente, de Elsa López, fueron
colgada en la Red, a los treinta
días andados del mes de octubre
del año dos mil
cinco
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