a Luis Nieto: de nadie he recibido tanta luz con nadie he compartido tanta sombra
Por desgracia no estoy en el lugar apropiado, no puedo dejar de sentir que no estoy en el lugar apropiado. FRANZ KAFKA
LÁPIDA Una lágrima
cae sobre
la cal del suelo, arde bajo
mis pies, abrasa en soledad mi
soledad.
EL
LECTOR
A
Pedro García Batalla
Pasa la
página final y se remueve. Apoya
el tomo, despacio, sobre la manta que
cubre sus rodillas. Meditabundo, mira
las brasas de la hoguera e
incorpora su integridad al fuego, pone los ojos en la
llama que, al arder, al unísono
es y se consume. Cede a
la noche, cautivo
en el embrujo, y se
adormila derrotado en el sillón. Cae al
alma la
ceniza como extinguido resplandor de lo
que tuvo luz, o la fingió. Como
difuso polvo sobre el libro. Como
pavesa fiel de lo concluso.
MÚSICA
DE SILENCIO Solamente
es posible envejecer lo
mismo que la música, acorde tras
acorde hasta la nada, el éxtasis, la
cumbre. Queda la música prendida
en la conciencia como
lapa tenaz, como alfiler de
sombra, y nuestra cima es el
silencio, el inmóvil paisaje de la
muerte. La vida, en cambio, espuma
diluida en la
breve tarea de latir.
LA
TRAMPA Cuando
por fin recuerda, sella el hombre su
borroso pasado, queda en vilo, venera
lo que fue cuando esperaba. Es un
hueso de ayer que cae al hueco.
LOS DIOSES BALBUCIENTES
I Se apaga, envejecido, el párpado de un dios que en otro tiempo derrochaba ira. Se arrepiente, mendigo de sí mismo, del antiguo vigor de su soberbia.
II
Ausencia sólo ofrezco a los
humanos, mi palabra no es luz: era vacuo
lenguaje. Soy un ilustre muerto que se hospeda en la nada. Mi primitivo ejército de ángeles se degrada en saqueos; mi voz se devalúa en los hogares en otros tiempos fieles y felices...
III Las manos de los huérfanos emergen del vacío temblorosas y
enfermas. Dardos que hienden, rasgan,
desmenuzan el aspecto de penumbra que esa muerte inaugura. La divina renuncia es un velo que
cae, es un desvelo: la hiedra en los altares, los
iconos inertes, la soledad del tiempo devastándolo
todo.
IV No guardan devoción las sacrílegas
almas bajo la inmensa cúpula del templo: calladamente tiemblan como cirios. No congregan su fe los pecadores en rituales carentes de emoción para elevar sus cánticos al cielo. Audaces, de tan solos, nos
hallamos: nadie responde ya a la letanía, ya nadie nos separa del abismo.
V La génesis del mundo es una cueva donde llueve el silencio: el humo de los bosques es ceniza, los pájaros se arrastran por el
fango, las noches se apoderan de la vida. La horadan. Nos la devuelven ciega.
VI No hay una dulce mano que nos reparta el pan en la tarde del sábado.
VII Fue una larga enfermedad, un fuego que colmaba la vida de los
hombres y mermaba su gozo: una llama incorpórea, el balbuceo lento de unos dioses
cansados.
EL
RESENTIDO ¿Qué
bien echas en falta si respiras, si
cuelga en tu mirada la memoria de
aquel fuego?
No todos tuvieron en las
manos la dádiva del gozo que
dejaste escapar, torpe mortal, a
sabiendas de que una vez tan sólo apoya
su tibieza en nuestra puerta. ¿Qué
desgracia te aturde si viviste?
MELANCOLÍA En el
borde de una tarde poco propicia al escándalo
de la mentira, cuando
nadie vigila los síntomas del tedio que te
cerca, entregado a la rumia de una
melancolía espesa y sin origen, tu
cuerpo se desvanece en el incierto placer de
deshojar el tiempo transcurrido. Abres
tu corazón al reconocimiento del fracaso, absorbes
su enigmática dulzura, dejas
el hueso al aire mientras
hilvanas, hechizado, un
cigarro tras otro frente al papel en blanco de las
horas venideras, las más ruines. Ni
siquiera te concedes la añagaza
de la misericordia. Insistes,
con la solemnidad venial de la costumbre, en la
vieja manía adquirida en la infancia: agregar
el fulgor de lo sublime a la
rutina de los días, hacer
veraces las palabras que han
perdido prestigio entre los hombres. Cede la
tarde como el lento parpadeo del faro en los
veranos de tu memoria.
Te
fascina el
vigor de su penumbra. Todo
cobra sentido bajo el manto que la niebla derrama
sobre el mundo. Sólo te resta una
humilde derrota que administrar en paz, una
vida sin brillo, un tranquilo vagar hacia
el edén del silencio y un
rescoldo de emoción, casi
una brasa: elegir entre
dos sueños paralelos, dos
aludes, dos fuegos apagados, dos
cuerpos de mujer en la aspereza de tu piel. Como
los dos labios muertos de la misma herida.
SOBRE
LA EDAD
Un
tercio de siglo, si somos razonables, apenas
es un soplo. Sentado en una piedra, pienso
que soy un viejo y no siento temor:
miro a las nubes, solas, en lo alto y el
alma, según gime, se serena. Otros
dirán: se sume en el olvido.
LAS
HOJAS MUERTAS
Vencido
por la erosión, conforme con el triunfo de la
edad, qué paradoja, abrirá
al azar (desvanecido ya el presagio de una
tarde tan triste) el viejo tomo que
arrastra a sus espaldas veinte
años de olvido. Verá
caer, como un velo de tiempo, de las
hojas carcomidas un papel casi
polvo, unos versos muy fríos. Un vago
resplandor avivará en las sienes el
recuerdo.
Quizá puedan brotar en ese
instante, como si se tratara de un
milagro que
aguardaba su hora, las
palabras exactas, las palabras perdidas que no
supo ganar, en estos años, a la vida.
LA
RENDICIÓN
Cede el cuerpo a la fuerza del sol
sobre la arena, a la fatiga. Humilla mansamente la testuz ante el vilo
de la vida y reclama –inerme ruego– exactitud, limpieza, brevedad. Amaga su fulgor la luna sola.
Expira el hombre en paz como paloma breve.
ETERNIDAD
DE LA CENIZA Morir
es un momento, lo demás un vacío que
colmamos de tiempo y de silencio. Vivir, en cambio, es fácil:
proseguir. Esta
severa duda que atraviesa los cuerpos. Pisar
la huella de otros pies sobre la grava, aprender
con certero dolor el modo
más sereno de enfrentar el instante: desnudo
y sin aullar, apegado a la paz de
quien conoce que no puede saber porque
es partícula y no germen, fragmento en el
espacio, mojada brizna que se extingue y
enmudece en silencio bajo el sol, sobre
la piedra casi eterna que lo acoge.
PRESENTIMIENTO Alguien
supo desde el primer momento que sólo
soy un muerto que ha venido a
aprender ese estupor, un
pobre muerto que no puede dormir, un
muerto que
ausculta con paciencia la
rumia de vivir.
Vana ambición, sin
duda, cuando la ejerce un muerto.
PARA
DORMIR EN PAZ No temo
el arraigo de la soledad en el
derrumbadero de las tardes, ni el
desvalimiento de la cólera que
destruye a traición nuestra esperanza, ni el
agudo entrechocar de la erosión en la
conciencia alerta de mis huesos, sino tu
eterna ausencia repentina, más
grave y más amarga que la muerte.
NUNCA
APRENDEMOS Porque
el instante es todo, el beso que se
da es un lento disturbio, un
fantasma de ceniza: si
supiera durar sería fuego. Anega
en un frescor inesperado la pasión
de los amantes, su
ciega soledad.
Se disuelve sin más y se
nos muere contra
la fría losa de los labios.
LA
PROMESA Llégate
a mí, sombra segura, anuncia la
postrera conjunción. Polvo dócil seré en tu seno infinito,
mudo polvo. Acógeme: te esperaré sin pánico en el
umbral que elijas, te miraré a los ojos con el
temblor prendido en la humedad del
gesto. No hallarás lamentos en mi rostro, ni perdón,
ni un aleteo de mi mano vibrará contra
el ansia de tu pecho. Sacia
tu sed, bebe la médula del cuenco de mis
huesos. Acumúlame a ti. Siembra
tu sal sobre mi clara grieta: prometo
ser un muerto silencioso.
ELOGIO
DE LA QUIETUD Nada
tienes que decir, después de
tantos años de inútiles esfuerzos por
nombrar lo indeciso. Te
ayudan a saberlo un puñado de
libros, la atroz benevolencia que
adiestra tu mirada, los
continuos achaques, la soledad y los
amigos.
Tu corazón pervive como
aguardan las piedras en la
orilla del río. Son
hermosas y limpias como tardes de otoño. La
suave tolerancia que propicia la edad te
permite mirarlas con un resto de
emoción, te induce a
compartir su invisible desgaste con
indiferencia.
LA
RENUNCIA De un
tiempo a esta parte el
corazón elude, con astucia, ese don
de la tierra: el roce de los cuerpos. A qué
volver a mendigar el
fulgor inexperto de unos labios fértiles pero
inconstantes, derrotados
de antemano por la siega del tiempo. Cada
beso olvidado es una espiga seca, una
lengua de ceniza que habita y desbarata la
grieta de la lengua, la vencida humedad.
DE LA
AMISTAD
Porque
no es bueno confundir
el aliento con el frío del alma, ni es
bueno que el hombre viva solo, ni es
amable la mesa arrinconada en el salón con sólo
un mustio plato en el mantel, y las migajas. Venid a
ver el polvo de las cosas, sacadme de esta
ciénaga sin luz. He perdido la
costumbre de la amistad y me pesa como mármol
cada tarde en casa, sin
salir de mí. Deseo vuestra voz entre
los muros como lluvia común. El
latido del silencio alrededor. La
bondad de vuestra dulce compañía. Anhelo
vuestra voz porque confundo ya, exhausto,
el tembloroso aliento de mi boca con el
frío del alma.
OFRENDA Toma el
cuerpo que se entrega a tu cuerpo como si
eterna fuera la pasión que esgrime. Holla
su carne hasta el abismo del clamor porque
nunca sabrás en qué grieta del bosque culminará
su tránsito, se hundirá tu pisada.
LA
ESPERA La
silenciosa cosecha de todos estos años se
agosta en los cajones, envejece conmigo. De
tarde en tarde, mi mano se distrae quitándoles
el polvo a esos vestigios de
emoción que se
niegan a morir. Vuelven siempre, sumisos,
al anónimo reposo de la espera. Se
alinean al azar bajo inseguros rótulos que
alivian, como huellas, mi paso por el tiempo. Austeros
epitafios, sombras,
murmuraciones vagas que se
acogen, como gatos, a la
escueta caricia de la melancolía.
LA VIDA
BREVE Hundido,
más que preso, en la fatiga de
estar vivo, sin haber hecho otro
merecimiento que señales de humo desde
el pozo, sentirás
descender sobre tu frente la
placentera humedad de la
indolencia, como si aceptaras que la
vida es un reflejo en el cristal, un
atisbo de música en la noche, un
movimiento en el
lindero del bosque que te hizo soñar cuando
eras niño, un póstumo
gorjeo que inaugura el silencio, un
fuego breve que sin
embargo sirve, lo mismo que un milagro, para
olvidar, una vez
y mil veces, el
subterráneo frío de la muerte.
ARAR EL
HUERTO Vivir
ha sido arduo. La lengua de la
angustia
como un áspid sobre
la piel enferma. Sobre la piel que
tiembla.
Contra esa turbiedad, contra
la árida rutina de ese légamo, cada
nueva palabra es un
diluvio de paciencia, una
semilla, el
resto de un juguete, un agua de
cristal que
disipa el veneno y
convierte la sed en una excusa de la
supervivencia.
APRENDIZAJE
DE LA FE Eres un
brote más para la muerte, qué
esperabas de tu parva finitud. Acéptalo.
Contempla el rostro sin luz que
nada explicará porque es de piedra. Resuelve
la duda que atormenta tus días,
abrígate, húndete
en el turbio lamedal que
destruye tus noches, profiere en alta
voz el
ancestral gruñido que redima a la
especie o que la enfangue para
siempre. Pero anega de una vez el
cerco que posterga tu
vigor, y recuerda: no conviene mencionar
el dolor a cada paso como si
fuese un dios.
SÁBADO
A
Florentino González Me he
sentado frente al silencio del
atardecer -donde no llega el graznido de la modernidad- a
indagar en el sentido de la vida, a
contemplar la belleza de las
piernas que pasan, distraídas, por mi
puerta, ajenas al alboroto que levantan. Como si
fueran pájaros que emigran.
ESPEJISMO Quizá haya para mí un lugar al sol, un
cubil de soledad donde extender, como
mantel de olor, el fluir de la duda. Una
sola palabra, un ademán, un rito que
diluya el murmullo del pavor que se
acrece por dentro y disminuye la
fuerza de los músculos, la sangre ya
gastada por el severo tránsito que nos
conduce, ciegos, de la vida a la
muerte, de la nada a la
nada.
EL DÍA
DESPUÉS La
ceniza es un don, como el agua que fluye. Se detiene un instante en la
tiniebla que habita las miradas. Arropa con su pátina, y apaga, la luz
de los objetos. Hay un deleite imperceptible en esa fragilidad que va
tejiendo ruina en nuestras vidas. La levedad de un soplo la esparce por
el aire. Deja entonces de herir: nos reintegra a la inicial oscuridad,
nos devuelve casi intacto el gozo del olvido. No hay
culpabilidad -apenas erosión- en la ceniza. El día que se junte
entraremos en el súbito ahogo de la muerte, en su vaga penumbra. De tal
presentimiento, aunque dure un suspiro, extraemos la médula de la
sabiduría. Será
un día de bruma, como todos los días. Exhumará nuestra conciencia la
turbación del miedo, la pesadumbre obscena de haber existido en el vacío.
Y cesará la niebla de todo sentimiento.
Se terminó de imprimir en prisma ltda., gaboto 1582, Montevideo, en el mes de octubre de 1991. Edición hecha al amparo del art. 79 de la ley 13.349 (Comisión del Papel) D- L. 241.017/91
Esta edición electrónica de Cantar de ciego, realizada por Portal de Poesía a partir de la impresa en papel citada arriba, ha sido depositada en la red a los veinticuatro días andados del mes de mayo del año dos mil uno. |